Hace tiempo que leer dejó de ser solamente un verbo. No es nada nuevo. Ocurre con la mayoría de las cosas que nos rodean en estos tiempos de libertad en los que —paradójicamente— estamos más atados que nunca a las convenciones y juicios moralistas de aquellos que ladran desde su sofá lo que debemos hacer y no para tener la pureza suficiente para conjugarlo: “Yo leo”.
De sobra sabido es que, para hacerlo, es requisito indispensable reconocer que hay géneros que no son literatura, sino frikismo ilustrado. ¿Qué va uno a aprender de una novela de fantasía, si todo es una patraña de colores? Nada. En el sofá de los puritanos no hay lugar para sus defensores, porque eso no es leer. En su lugar, siempre cabe un clásico. Porque todos son buenos. ¿Quién se atrevería a decir lo contrario? ¿Quién alzaría la voz para confesar que no ha podido pasar, por más que lo intente, de la página sesenta de Cien años de soledad? Nadie. Porque aquel que lo dice no sabe de lo que habla, y porque lo que le hace falta es, justamente, leer más. Pero literatura buena, claro.
Nada de hacerlo, por supuesto, en un sitio cualquiera. Leer es un ritual, un algo impenetrable. ¿Qué es eso de hacerlo en el metro, en la estación o en la sala de espera del dentista? Los libros se quedan en casa. Puros y limpios. Porque tampoco se subrayan. ¿Qué mente aberrante puede siquiera pensar en ensuciar así, de esa forma chabacana, sus páginas vírgenes? Solo los incoherentes.
Porque leer es más que un verbo. Es una actitud ante la vida. Por eso, si vas a casa de alguien y no tiene libros, aconsejan esos genios que saben: no te lo folles. ¿Es que acaso serían capaces de conciliar el sueño después sabiendo que, casi con toda seguridad, él o ella no sabe quién es Julio Cortázar? No. ¿Por guapo que sea? Rotundamente no.
No. Así no. No. Otra vez no. La vida de hoy es así. Y no solo en cuestión de leer. Multicondicionada y limitada. Sujeta a los dictámenes —a todas luces absurdos— impuestos por otros. Existir así es un suplicio. Así que, no hagan ni caso. Leer es un placer inmenso. En el autobús, en un banco cualquiera y en la playa. Lo es con libros inmaculados y con los subrayados de fosforito de principio a fin. Ya sean novelas de fantasía, negras, distópicas o clásicos. Un placer. Así que, muy simple: lean lo que les apetezca y fóllense a quien quieran, tengan en casa librería o no.
Pd: Los formuladores de la teoría del “no te lo folles”. ¿Han pensado que hay quien lee en ebook?
Lucía Perez Oroz
Autor