"Amaia", por Lucía Pérez Oroz

Serían más o menos las seis y media de la tarde. Amaia tocaba a las siete en punto en el festival de Les Arts, en Valencia. Aunque le ponían coche, su hotel estaba tan cerca que prefirió abrir Google Maps y acudir caminando. No tuvo en cuenta, claro, que el navegador la llevaría a la entrada principal del festival, y no al acceso de los artistas. Cuando cayó en ello, era demasiado tarde para dar la vuelta al recinto. Así que, allí estaba ella, a diez minutos de empezar, haciendo cola para entrar a su propio concierto. Cuando llegó al acceso, el guardia de seguridad le impidió el paso por no tener entrada qué maravilla pero enseguida consiguió acceder. Abriéndose camino entre su propio público y saltando una valla, logró llegar al escenario. Cinco minutos tarde, con el pelo mojado, el agobio en el cuerpo y haciendo la segunda cosa que mejor se le da: pedir disculpas. Acto seguido, procedió a hacer la primera: emocionar.

Ocurrió en 2019 y, aunque seguramente ella lo viera como una cagada, estoy convencida de que aquella fue la mejor presentación que podría haber hecho de su show. Una clara declaración de intenciones de lo que el público estaba a punto de ver: a Amaia. Sin más pretensiones. Sin confeti, ni luces, ni excentricidades. El punto de  encuentro entre lo marciano y lo terrestre. Lo divino y lo mundano. La combinación explosiva de un talento insultante con un carisma de lo más corriente. 

Amaia encaja igual de bien en la cabeza de cartel de un festival, que en la cola del mismo. Supongo que por eso verla actuar es navegar constantemente en la ambivalencia de pensar al mismo tiempo: “Soy yo real” y “Esta tía no es real”. 

En Bienvenidos al Show, la canción con la que arranca su último álbum dice: "quiero ser lo que se espera de mí, y seguir siendo yo a la vez". Y creo que, de una forma u otra, es a lo que aspiramos todos. A encajar en el mundo sin perder nuestra esencia. A vivir en sociedad respetando nuestra individualidad. 

Por eso funciona tan bien. Por cómo vive y se expresa en esa dualidad entre ser ella misma y, a la vez, emocionar a los demás. 

Porque, en definitiva, Amaia es el salto de esa valla que separaba aquel día en Valencia al público del escenario. El salto entre nosotros mismos y nuestro papel en el mundo. 


Lucía Perez Oroz
Lucía Perez Oroz

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