Desde que Annie Ernaux ganó el Premio Nobel de Literatura no han faltado voces críticas a su literatura y a la autoficción en general. Se le achaca pobreza de estilo, falta de originalidad. En definitiva, de ser un género menor, autocomplaciente y que pone en suspensión pactos narrativos fundamentales.
Ernaux siempre renegó de ser una escritora de autoficción. Ella se veía como la “etnóloga de su propia vida”: solo se quedaba con el prefijo del género, ese ‘auto’; no contemplaba que la ‘ficción’ pudiera entorpecer la credibilidad de su historia.
El acercamiento casi científico que tiene Ernaux a su propia vida me recuerda al de un periodista en su trabajo, salvando la distancia del yo. De hecho, es llamativo cómo en su libro La vergüenza, la premio Nobel se acerca a un hecho traumático de su infancia a través de las noticias que llevaba el periódico de aquel día en que ocurrió.
Disculpando las licencias que ha demostrado tomar en su obra, la voluntad de Ernaux no se diferencia mucho de la periodística: un anhelo de comunicar y comprender un hecho de la manera más apegada a la realidad posible. El estilo también guarda semejanzas, aunque es probable que la escritora se permita más juegos metafóricos. En esencia: mismo acercamiento, mismo tratamiento.
Puede que yo, lector de Ernaux y periodista, esté forzando esta comparación más allá de lo posible. Pero ya que estáis conmigo en esto, seguidme hasta el final: Creo que, al igual que Ernaux y la escritura del yo, la no ficción periodística siempre ha estado peor considerada en la cosmovisión literaria colectiva, al contrario de lo que pensaba Pla y recogió Jabois en una reflexión reciente, aquello de que leer novelas después de los cuarenta era de cretinos.
En su discurso de ingreso en la Academia Francesa, Mario Vargas Llosa fundió literatura y vida hasta confundirlas. “Toda vida humana acumula hechos sorprendentes y desconcertantes que parecen sacados de los libros, de esas historias extravagantes e imposibles que se han apoderado de nosotros hasta el punto de convertir nuestras vidas en cosas muy conectadas a la literatura”. Creo que la vida, la propia o la ajena, bien contada, es de una calidad indistinguible de la más alta literatura.
Lucía Perez Oroz
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