El Dekomerón de Cercedilla (Capítulo 8)

"Estas crisis sacan lo peor y lo mejor de la gente" era una frase que se extendía a la velocidad de la peste y contra la cual tampoco se había encontrado todavía ninguna cura. Lo que estaba claro, cumplida la primera semana de confinamiento, era que el coro de periodistas buscaba la inspiración de sus cuentos en su lado más oscuro, o tal vez fuera solo gamberro. El cuento de Marta de la noche anterior dio lugar a una animada conversación darwinista sobre la pérdida de cosas queridas que nos harían más fuertes. Había que escucharles, a ese grupo de antiguos socialdemócratas, afilando los colmillos. Había que leer, cuando llegaba la cobertura, a esos twiteros liberales pidiéndole al Estado más músculo. 

"Es importante mantener la desconfianza genética que nos ha traído con éxito hasta aquí" —resumió Ander Izagirre, que pasaba los días encima de un taburete, agitando las piernas en bucle como si pedaleara una bici imaginaria.

Entre sofocos, como si ascendiera el Mortirolo en triciclo, uf, uf, comenzó a contar su historia:

 

TRANQUILA, SEÑORA, NO HAY HIENAS
ANDER IZAGIRRE
De cómo y cuándo debemos saludar a un extraño

 

Nunca me fié de la naturaleza. En cuanto salía de mi barrio y pisaba el monte, empezaban las señales de alerta: me saludaban los extraños, por ejemplo, como si quisieran avisarme de algo.

Esto siempre me inquietó un poco.

En aquellos tiempos anteriores a la cuarentena, caminaba por las calles de mi barrio de Gros, me cruzaba con desconocidos y no me saludaba con ninguno. Enseguida, en cuanto llegaba a los senderos del monte Ulía, me cruzaba con desconocidos y me saludaba con todos. Entre el saludo impensable y el saludo indudable solo había diez minutos a pie.

Entonces, ¿dónde estaba la frontera? ¿A partir de qué punto los desconocidos empezábamos a saludarnos? ¿Cuándo debía decirle “epa” a un extraño y cuándo debía ignorarlo?

Pasé un tiempo observando estas ceremonias y ahora puedo decir que el territorio de la ignorancia mutua -es decir: el territorio urbano- llega hasta la parte alta de la calle Zemoria. En la parte baja de la calle Zemoria, junto a la gasolinera, saludar a un extraño crearía una situación embarazosa (“perdón, ¿nos conocemos?”), recelosa (“¿este tío qué quiere de mí?”) o muy alarmante (“¿este pirado no es aquel ciclista nudista que salió en el periódico?”). Más arriba, donde acaban las casas de Zemoria, comienza una rampa de hormigón que sube junto a unos prados con huertas, ponis y cabras, todavía entre casas. Son los Doscientos Metros del Desconcierto Social. En esa zona gris había gente que saludaba y gente que no. Yo solía emitir un “ñe” entre dientes, que no comprometía ni significaba. Pero en cuanto caminaba cien metros más, ya por la pista de tierra que sube hacia la cumbre de Ulía, cada vez que me cruzaba con alguien sacudía la cabeza y soltaba un sonoro “epa”. Allí empezaba el territorio del reconocimiento mutuo; es decir: el territorio salvaje.

¿Y por qué en el monte, antes de la cuarentena, saludábamos a los extraños? Algunos amigos opinan que era por el sentido de pertenencia a un grupo: igual que los ciclistas se saludaban en la carretera, igual que los motoristas se daban ráfagas de luz o extendían dos dedos, los montañeros se saludaban y así se reconocían como miembros de una misma tribu.

Voy más allá: en el monte nos reconocíamos como humanos en territorio hostil. Dos donostiarras encontrándose en Ulía vivían la misma experiencia que dos Homo habilis encontrándose en la sabana africana hace dos millones de años. Aquellos homínidos harían gestos, saltarían y gruñirían para comunicarse algo así como “hola, amigo, cómo te va, por aquí todo bien, no he visto bestias, sigue tranquilo”. El paso de los milenios pulió el mensaje y lo simplificó hasta una forma primordial: “Epa”. Sí: nuestro “epa” significaba “hola, amigo, cómo te va, por aquí todo bien, no he visto bestias, sigue tranquilo”. Era una solidaridad ancestral, una complicidad de especie frente al mundo salvaje que nos esperaba más allá de Zemoria.

No es casual que en esta misma calle Zemoria funcionara un matadero hasta 1972. El matadero anterior estaba en la Parte Vieja, hasta que a finales del siglo XIX, con la ciudad en plena expansión, el Ayuntamiento quiso sacarlo del cogollo burgués y recolocarlo en los confines de San Sebastián. Los carniceros se quejaron por el nuevo emplazamiento en Zemoria (o “Cemoriya” o “Semoroya”): “Lo consideramos insalubre e infeccioso, rodeado de arenas movedizas que le dan mayor calor, lo que se notará en la descomposición de sebo, tripería y desperdicios; y la arena suelta impedirá el oreo de las reses sacrificadas”. Zemoria era el último puesto del mundo humano, una frontera en la que matábamos animales sin piedad -sebo, tripería, desperdicios- y enviábamos un mensaje a la malamadre naturaleza: hasta aquí, chiquita.

Por eso, en aquellos tiempos de aventuras locas previos a la cuarentena, yo traspasaba el límite de Zemoria, me adentraba en el monte y ya sabía que podía ser devorado. A la vista solo había lagartijas, gatos y gaviotas. Pero no me fiaba de ellos. Son hijos silenciosos y agazapados de saurios, grandes felinos y dinosaurios supervivientes. Es importante mantener la desconfianza genética que nos ha traído con éxito hasta aquí.

Y la solidaridad de especie. Por eso un día saludé a la señora de unos sesenta años con la que me crucé monte arriba. No está en edad de reproducirse, pensé, pero quizá en su casa ayuda a criar pequeños humanos. Es valiosa para nuestra lucha. Así que le dije “epa” y reforcé el mensaje con unos pensamientos telepáticos:

-Tranquila, señora, no he visto hienas en esta ladera. Y si salta una, pelearé con ella.

Me miró con cara de susto. No estoy seguro, puede que las frases telepáticas se me escaparan en voz alta. O puede que ella escuchara, como yo, algo que corría entre los arbustos. Me agaché, cogí una buena piedra y sonreí a la señora. Ella apresuró la marcha. Yo cubrí su retirada.

*

 

POSDATA: En la novela Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, una expedición recorre los desiertos texanos y mexicanos masacrando indios. Con ellos viaja el terrible juez Holden –“¿juez de qué?”-, un hombre espeluznante, que entre matanza y matanza se dedica a recoger rocas, plantas y animales, y a tomar notas en su cuaderno. Después de cazar unos pájaros y unas mariposas, uno de los expedicionarios le pregunta para qué lo hace. Holden responde:

 

            —Todo cuanto existe sin yo saberlo, existe sin mi aquiescencia.

 

Dirigió la vista hacia el bosque oscuro en el que acampaban. Señaló con la cabeza a los especímenes que había reunido.

          —Estas criaturas anónimas pueden parecer insignificantes en la inmensidad del mundo. Y sin embargo hasta la más pequeña miga puede devorarnos. La cosa más insignificante debajo de esa roca es ajena al saber humano. Solo la naturaleza puede esclavizarnos y solo cuando la existencia de toda entidad última haya sido descubierta y expuesta en su desnudez ante el hombre podrá éste considerarse soberano de la tierra (…).

        —Pero nadie puede hacerse conocedor de todo cuanto hay en el mundo.

        —El hombre que cree que los secretos del mundo están ocultos para siempre vive inmerso en el misterio y el miedo. La superstición acabará con él. La lluvia erosionará los actos de su vida. Pero el hombre que se impone la tarea de reconocer el hilo conductor del orden en el tapiz habrá asumido la responsabilidad del mundo y solo mediante esa asunción producirá el modo de dictar los términos de su propio destino.

        —No sé qué tiene que ver eso con cazar pájaros.

        —La libertad de los pájaros es un insulto. Yo los metería a todos en un zoológico.

 

Sigue leyendo el capítulo 9

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Ander Izagirre es autor de Potosí, Plomo en los bolsillos, Cansasuelos, Mi abuela y diez más, Beruna Patrikan, Amona eta beste hamar,  Los sótanos del mundo, Potosí, Pirenaica, Txernobil txiki bat etxe bakoitzean


Emilio Sánchez Mediavilla
Emilio Sánchez Mediavilla

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1 Respuesta

Ismael
Ismael

marzo 23, 2020

Cierto. Montserroso hace tiempo que nos previno. Despertaremos y el dinosaurio continuará allí :-)

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