El Dekomerón de Cercedilla (Capítulo 13)

Después de escuchar el cuento de Nacho Carretero, los rehenes de Cercedilla especularon sobre la posible moraleja de la historia. Marta San Miguel dijo que, para ella, el relato planteaba la dicotomía entre seguir la actualidad o dejarse cegar por ella. Otra voz, más lúgubre, anunció que el cuento era un advertencia sobre las tragedias pequeñas que desparecen a la sombre de tragedias más grandes, si es que, añadió con pudor fingido, se le permitía ser tan frívolo como para usar adjetivos tan banales.

A la mañana siguiente, apareció por sorpresa un repartidor a domicilio. Vino a entregar la nueva dotación de mascarillas que el Gobierno había comprado a Venezuela, seis rollos de papel higiénico y un bote de cola-cao. Ocurrió algo extraño: el reverso del albarán era un email de Alfredo Matilla dirigido a su padre.

Leire lo leyó en voz esa misma noche: 

 

 LA FIEBRE
ALFREDO MATILLA
De cómo los hijos pedimos frases mágicas a los padres y de qué pasa con los libros que iban a publicarse justo cuando empezó la peste

 


Matilla González de la Aleja Alfredo <Amatilla@diarioas.es>

Lunes 23/03/2020 22:35

Para: redacción@prisanoticias.com

 

Querido padre:

Gracias por tu anterior email. Es reconfortante saber que todo va bien por Alcázar. Me alegro mucho de que te hayas adaptado a consumir ese pitillo en el balcón y que por fin te presentes voluntario para hacer la compra una vez a la semana y, quién te lo iba a decir, para bajar la basura. Nunca es tarde, incluso a tus 73 años, para reordenar las prioridades.

Perdona que haya tardado tanto en contestarte. No sólo es el trabajo. Son mis dudas. Sin saber bien cómo y por qué se han acumulado las novedades en mi vida. De ahí que haya debatido conmigo mismo si darte el parte, como demandabas, o no, como debería. Leti y yo vivimos una situación particular en Madrid. Y no me refiero a que en Las Tablas haya más banderas rojigualdas que en el 12-1 a Malta. Ni a que, manda cojones, recomienden una cuarentena a un claustrofóbico medicado como yo. A veces creo que a las 20:00, de forma puntual y respetuosa, los vecinos aplauden entre otras cosas mi valentía. Hay días que hiperventilo. En general, son pequeñas cosas las que quiero transmitirte que carecerán de importancia si se pasan, con el efecto de la medicina, pero que cambiarán nuestras vidas si se mantienen en el tiempo cuando regrese la normalidad. Mi obligación es avisar. Por ahora no remite.

Ya sabes que no te llamo porque el hecho de hablar a diario, por trabajo, con tanto presidente, político e investigado me hace sospechar que mi móvil del periódico anda intervenido desde hace muchos meses. Es aconsejable mantener la vida profesional a buen recaudo. Por eso prefiero comunicarme por tu vía preferida, el email, habida cuenta de que no nos podemos ver por responsabilidad y de que mamá tendrá secuestrado el fijo para preocuparse hasta de cómo duerme el enemigo. No te alteres. Te escribiré sin alarmismos, por la confianza que nos une como confidentes que siempre fuimos y para que mantengas a los demás en calma allá en el pueblo, contándole las cosas con la inteligencia y el tacto que tú sólo tienes.

La situación no sólo no es angustiosa, sino que me atrevería a decir que me está haciendo más entretenida la vida en esta cruda sala de espera.  Pero ojo. Tiene su trascendencia. La fiebre, el dolor de cabeza y la sensación muscular de fatiga que he tenido los dos primeros días, síntomas hasta ahora desconocidos en cualquier otra convalecencia anterior, me han dejado una secuela que no se va con paracetamol ni mucho menos con empanadillas. No distingo la ficción, entre la que nunca me he sabido manejar, y la realidad, tan sobrevalorada. No sé si soy, seré o he sido.

Anoche vi dos documentales, uno de Ana Belén y otro de Gorbachov. Y a estas horas no sé si animar a Leti a que se una a las Libertarias o si rezar para que acabe ya la Guerra Fría. ‘El Hoyo’ ha terminado por descolocarme. Obvio. Una noche sueño, de súbito, que devoro y otra que no me llega carne a la planta 202.

Y, claro, estas cosas tienen consecuencias en este arresto domiciliario llamado confinamiento.

Nunca te he pedido nada, padre, pero esta vez necesito que me arrojes algo de luz. Quiero que me aclares qué es cierto de lo que te digo y qué no, que seas directo y me aconsejes si debo continuar sin llamar al 061 o si te tienes alguna pócima mejor. Y, sobre todo, deseo que colabores en mi nueva causa. Es una ocasión ideal para que, por fin, trabajemos juntos.

Te resumo.

Me levanto sobresaltado todos los días, en mitad de la noche, porque en las redes sociales y en más de una web están anunciado que he escrito un libro bastante interesante que, sin embargo, nadie tiene en casa. Hasta Fermín de la Calle, el del rugby, ha hecho alguna que otra referencia. Nadie posee un ejemplar, ni en papel ni en ebook, que por lo visto me he enterado que lo hay en dos formatos. Prueba tú a clicar en Google ‘Por si acaso’. Ya he comprobado que sale por ahí la portada, una joya de Artur Galocha, algún que otro comentario, incluso una sinopsis brillante de la distribuidora que habla de una crónica sentimental, a modo de terapia, con el Alba al fondo de todo. Aporta hasta datos autobiográficos míos, el supuesto autor, que no sé quién los habrá dictado si te digo la verdad. El caso es que, sin despertar a Leti de su letargo, los calores me conducen a menudo a mi librería y ahí, entre todos los ejemplares de la colección a la que dice pertenecer, ‘Hooligans Ilustrados’, no está ni hay nada parecido.

Entiende mi angustia.

Dudo qué hacer. He revisado en mi ordenador y no hay ni rastro de un texto con esas coordenadas. Pero ya sabes, soy un desastre. Mi primer y único proyecto, una novela autobiográfica llamada ‘Muérome’, en la que relataba en una tragicomedia de 92 folios de Word las siete veces que he estado a punto de morir, se traspapeló y no he conseguido aún dar con ella. Conozco gente en la editorial de la que se habla ahora, Libros del K.O., pero Marañón, que todo lo sabe y al que sí que cuento casi todas mis cosas, me ha dicho que todo su staff está recluido en una casa rural de Cercedilla. No quiero ser pesado: los amigos comunes que tenemos no quiero perderlos porque piensen que confirman lo que temían: que siempre he pertenecido a la población de riesgo y no solo ahora. Por eso he preferido callar.

La segunda cosa que está alterando mi (nuestra) vida es que no sé si trabajo para AS y sueño con hacerlo en ‘El Imprescindible’, o viceversa. AS, ya lo sabes, es con lo que mamá envuelve el bocadillo. ‘El imprescindible’ es un diario digital que acabo de fundar donde únicamente caben noticias positivas para alentar a los ciudadanos en plena crisis y que pensé llamar antes ‘Good News’, ‘El Positivo’, ‘Nuestro país’, ‘Gran Mundo’, ‘La ilusión’ o ‘Adelante’. Estaba harto de pesimismo, morbo, decadencia, alarmismo y luto. Como no me comunico con nadie y estoy encerrado durante el día en mi despacho no tengo quién me aclare este papelón. Leti, tan salomónica siempre, ha optado por decirme que mientras las pastillas hacen efecto o alguien declara un ERTE que me aclararía las cosas, divida la jornada laboral en dos y redacte piezas para ambos medios de comunicación. Creo que la tos también le tiene débil a ella. A finales de mes, hemos concluido, cuando consulte la cuenta bancaria, comprobaré qué proyecto periodístico está realmente en pie y cuál de los dos que me ocupa sólo existe en mi mente.

De momento no me es sencillo diferenciarlos, así que alterno. Una vez llamo a Tebas para publicar algún recado envenenado a Rubiales y, mientras se producen las reacciones, escribo un artículo sobre que en China ya no hay positivos. En otro momento redacto, muy acelerado, que la Liga no se reanudará jamás mientras que en otros, con delicadeza, cuento cómo las altas se multiplican en los hospitales de Madrid e incluso acuerdo con el redactor jefe de sucesos que, donde en otros medios ponen esquelas, nosotros ubicaremos alumbramientos.

Esto es lo que hay. Espero que antes del 11 de abril se solucione este entuerto. No me va el pluriempleo y, cuando salga de casa, no sé a qué redacción debería acudir.

Te seguiré informando.

Mientras, te hago dos peticiones.

Una: si entras en internet, lee el DeKOmerón, una versión muy chula de la de Bocaccio; las críticas son cojonudas. Estaba pensando animarme y participar, pero ya no sé si soy autor, como exigen sus normas, lo seré o alguna vez lo he sido. Esperaré unos días más.

Y dos: busca en tu colección de frases mágicas y dime quién dijo esta que me ha marcado:

“Un anciano muerto es una biblioteca en llamas”.

Sólo por esto no saldré de casa.

 


Emilio Sánchez Mediavilla
Emilio Sánchez Mediavilla

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