Como nos da mucho pudor decir eso de que nuestros autores establecen un diálogo fructífero entre ellos a través de nuestro catálogo
(cosas más feas se oyen en los congresos de literatura: se habla, incluso, de coherencia),
nosotros escribimos hace tres años en nuestra carta de presentación que nos
gustaría juntar en una mesa al cascarrabias Josep Pla y al gonzo Hunter
S.Thompson, a ver qué pasaba. Echándole mucho morro y retorciendo la realidad, podemos decir que lo hemos
conseguido. En este tiempo hemos publicado Madrid, 1921. Un dietario, de Josep Pla, y la Banda que escribía
torcido, de Marc Weingarten, que dedica uno de sus capítulos más jugosos
(el libro daría para una serie de HBO) al hombre que quemaba tras de sí todos los puentes. Como verán, se trata de una reunión demasiado ficcionada, un poco estafa de marketing del KO (aviso: desconfíen de las editoriales pequeñas como de la publicidad). El hipotético encuentro real, en carne y hueso, entre Pla y Hunter sería algo formidable, catastrófico, inenarrable, de una incoherencia cósmica total. Un poco lo que nosotros soñamos para Libros del K.O.
En aquella lejana carta de presentación establecimos conexiones insospechadas, sin más fundamento que los efectos de la escritura automática: dijimos que queríamos contar historias de “ciclismo y Chechenia”. No hay que darle mayor importancia a esta bravuconada, lo mismo podríamos haber dicho “historias de patinaje y jirafas”. El caso es que luego acabamos ganado siete veces el Tour con Plomo en los Bolsillos, de Ander Izagirre, y volando al espacio post soviético con A Moscú sin Kaláshnikov, de Daniel Utrilla. Uno es de Donostia. El otro de Alcorcón. Ambos tienen en común haber utilizado dinosaurios en sus metáforas. Del frente ucraniano Izagirre nos trajo zamarras de la Unión Soviética; del frente prorruso Utrilla nos nutre de vodka Beluga.
Dijimos también entonces que queríamos juntar a los
charlatanes geniales como Julio Camba y a los periodistas perezosos como Enric
González. Y miren, hay ahí un pleno al quince sin derecho a réplica. En Una cuestión de fe, Enric González comparó a Clemente con Hitler y Stalin, y en Maneras de ser periodista nos hicimos militantes “del humor, la devoción por las minucias y la falta de moralina de Camba”.
En todo este tiempo hemos visitado fantasmas en la cárcel de mujeres de Lima, hemos cuidado las gafas
de la estatua de John Lennon en La Habana, hemos charlado de Stefan Zweig con
el tétrico comisario de la policía hondureña, nos hemos salvado de un tiroteo en el campamento
de los yanquis, hemos encontrado el universo en un edificio, hemos fumado porros en una base americana con vistas a un cementerio soviético y a las cumbres del
Hindu Kush, hemos descubierto que el boxeo es el único deporte al que nadie
llama juego, hemos
gritado en las manifestaciones de
Therán y combatido en el frente de Misrata, hemos viajado felizmente de depresión en depresión desde los lugares
más bajos de la tierra a los rascacielos de Benidorm, hemos resuelto el
misterio del incendio del Windsor, hemos espiado a los comandos etarras en el
sur de Francia; hemos intentado, sin éxito, encontrarle sentido a las teologías que mueven el mundo, hemos diseccionado la mafia apartando el cine de la carne, le hemos preguntado a un neonazi griego si nunca se casaría con
una extranjera, nos hemos pateado los campos de fútbol desde Castalia al Bernabéu y hemos subido desde tercera división a la Premier, hemos
asistido a las sesiones espiritistas de Victo Hugo, hemos descubierto que unas
bragas son lo más diferente a la muerte que existe, nos hemos pegado juergas flamencas
y hemos sobrevivido durante 17 días con apenas dos cucharadas de atún, una galleta y medio vaso de leche. En todo este tiempo hemos intentado aprender a
escribir y a editar mejor.
Nuestros libros no dialogan entre sí. Nuestros libros forman una taberna ruidosa y promiscua, desequilibrada e irregular, entre el mazazo y el lirismo. Es decir, nuestro catálogo es un periódico y nos gustaría que todos sus títulos cupieran en una de esas tonadillas que se cantaban para vender diarios. Como esta tonadilla de El Liberal, que cantaba la abuela de Ander:
Ay.
Libros del K.O.
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