Si he comprendido bien, se trata de saber cuál de estas dos cosas es objetivamente la mejor. Defiende la carn d’olla un periodista catalán que representa en Madrid a no sé qué periódicos diarios. Un tenor cómico muy tieso de un teatro popular de Madrid defiende el cocido castellano. Se acalora la discusión y se arma una gran algarabía. De una y de otra parte los argumentos se presentan con aquella confusión característica de las polémicas del país. En el comedor los pareceres se dividen dentro del barullo general.
- ¡Aquella col! ¡Y aquella albondiguilla! ¿Quién puede tener valor para poner en duda las cualidades de aquella albondiguilla? -dice el periodista poniendo casi los ojos en blanco.
- Y del repollo, ¿qué? ¿Y de los garbanzos? ¿Qué me dice usted de los garbanzos? -contesta, indignadísimo, el tenor cómico castellano.
A la hora de los postres, el tenor cómico gana terreno rápidamente, a causa de la presión ambiental. A su contradictor apenas le queda ánimo para retirarse con gracia.
De esta clase de discusiones absurdas, nuestra vida -¡ay!- está empedrada. Cuando la política no marcha -como casi siempre ocurre-, todo termina en la discusión de la carn d’olla catalana y el cocido castellano. Y así los años van pasando, perdidos, inútiles, desperdiciados.
De Madrid, 1921. Un dietario, obra de Josep Pla. Ha pasado casi un siglo, pero sigue vigente. Pronto en las librerías.
Libros del K.O.
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