marzo 23, 2020

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El Dekomerón de Cercedilla (Capítulo 10)

El cuento de Lucía Taboada les recordó al relato La nariz, de Gógol. El encierro estaba afilando la capacidad de asociación de los recluidos. Una hiperexcitación metafórica, delirante y voluptuosa, se iba adueñando de todos ellos. Silvia Cruz vivía las taciturnas reuniones nocturnas en el salón como un tablao flamenco; Utrilla imaginaba arenques lituanos en los torreznos del desayuno; Flako confundía el sumidero de la cocina con una alcantarilla y calculaba cuántos bancos podría atracar en la ciudad fantasma; Virginia Mendoza se tocó el lóbulo de la oreja, precibió con asombro un roce metálico y creyó escuchó el repicar de una campana. Jorge Benítez vio por la mañana una lagartija cruzando el patio y no abrió la boca en todo el día.

Por la noche, contó el siguiente relato:

 

 

CAPÍTULO 10: KOMODO
JORGE BENÍTEZ
De cómo todo lo que aparece, desaparece

 

 

La primicia de la aparición del primer dragón de Komodo en Madrid la dio un becario del cuarto periódico de la capital.

“Han visto un lagarto gigante en la calle Ballesta. Ve, habla con los vecinos y el Seprona. Lo daremos a dos columnas”, fueron las palabras del jefe de la sección de Local por teléfono. Cuando el becario se presentó en el lugar, un círculo de gente rodeaba al animal. Los vecinos asistían presos de la curiosidad, amputada durante los meses de reclusión, y observaban en silencio al dragón con la devoción de unos cofrades ante un Cristo de Semana Santa.  

El silencio se interrumpió con una frase que sonó como un susurro y provocó que todos dieran un paso para atrás: “He leído en Google que este bicho es venenoso.”

Así fue como el becario Sánchez Lobo escribió una noticia que al final ocupó media página en de su diario. Nadie podía imaginar al cierre de la edición que el artículo “Un dragón de Komodo aparece en Chueca ante el estupor del vecindario” sería el más leído del año de toda la prensa española con 2.987.578 visitas en su versión web. Ni que esta información haría que Sánchez Lobo dejara de ser becario gracias a un contrato indefinido y una paga mensual de 955 euros. 

Sin ser consciente de ello, este joven diabético, honorable y virgen, pasaba a la historia del periodismo gracias a un lagarto gigante de la calle Ballesta. Al igual que Riccardo Ehrman, el corresponsal italiano en Berlín que había conseguido derribar el Muro en 1989 con tan sólo una pregunta, Sánchez Lobo era el primero en contar el hecho más extraordinario en la historia de Madrid.

El segundo dragón de Komodo apareció poco después en el templo de Debod. No se movía, dormitaba puesto a secar al sol, mientras la gente lo acribillaba a fotos con el móvil. No hubo ningún incidente, salvo cuando se acercó un coche de la Policía. El ruido de la sirena provocó de repente que el animal girara sobre sí mismo haciendo una pirueta. Esa reacción derivó en el desmayo de una señora que pasaba por allí. 

Un equipo de empleados del Zoo, con ayuda de dos agentes municipales, consiguieron enjaular al dragón y llevárselo escoltado por los aplausos del público.

La primera teoría de la aparición de los dragones de Komodo manejada por investigadores y frikis tuvo como escenario una discoteca muy dada a exhibir animales en su vestíbulo. Si bien esta pista fue desacreditada por Sánchez Lobo en su artículo del día siguiente (el tercero en su carrera). En el texto, los dueños de la sala Frenesí declararon que ellos tenían solo un par de pitones albinas y negaban cualquier vinculación con ningún dragón de Komodo.

También se especuló que pudieran estar relacionados con un circo que meses antes había visitado la ciudad. Nuevo desmentido. A finales de semana, la Policía hizo una redada en un restaurante chino que actuaba como tapadera de una mafia de tráfico de animales exóticos. Sus dueños fueron exonerados a las pocas horas tras su declaración. En el local no se encontraron heces de dragón ni restos de ciervo o de cerdo, dieta básica de estos saurópsidos.

Curiosamente el caso dio un giro desconcertante porque si se desconocía el principio de esta historia tampoco parecía vislumbrarse el final. El mismo espécimen retirado en el Templo de Debod --con un peso de 71 kilos y una longitud de tres metros-- volvió a ser visto de nuevo en el monumento egipcio “a las seis y cinco de la mañana”, según el testimonio del barrendero Luis M.

Pero no solo eso.

Un tercer dragón apareció el sábado siguiente en el andén 14 de la estación de Chamartín, lo que impidió que un tren con destino a Valladolid pudiera iniciar su marcha. 

En el siguiente mes, los madrileños se encontraron con otros seis ejemplares diseminados por sus calles. 

Una web de noticias sensacionalistas publicó que este suceso formaba parte de una perfomance protagonizada por Leo Bassi, pero éste desmintió la acusación en una rueda de prensa. Otra información, que más tarde fue tildada de falsa, dijo que se trataba de una campaña de publicidad del estreno de una próxima película de animación de la factoría Disney.

Lo cierto es que los dragones se mostraban en todo momento dóciles, ajenos a la expectación mediática. Jugaban con las moscas y su lengua bífida solamente era mostrada cuando algún conductor abusaba del claxon en un atasco cercano. Uno incluso, el avistado en la plaza de Prosperidad, se dejó acariciar por un niño autista ante el aplauso de los presentes.

En una operación coordinada entre Policía y Ejército la madrugada del siguiente viernes todos los dragones fueron retirados de la vía pública. No consta en los informes que presentaran ningún tipo de resistencia. De nuevo, a la mañana siguiente, aparecieron todos en el mismo sitio provocando el escarnio parlamentario de los ministros de Interior y Defensa. Volvió a repetirse el intento de secuestro a la noche siguiente, aunque sucedió de nuevo lo mismo. Los dragones pastaban su pachorra en los mismos lugares como si nada hubiera sucedido. 

La misión fue abortada.

Lo que era incredulidad se convirtió en rutina, por tanto en normalidad. Hasta que un día, el concejal de Cultura del Ayuntamiento decidió sacar algo de rédito político y sorprendió a todos declarando a estos lagartos de la familia de los varánidos bien de interés cultural. Medida, por cierto, muy aplaudida por ecologistas y empresarios hosteleros que trabajaban en el área de influencia de los dragones. 

El miedo se convertía en dinero y con dinero uno tiene menos miedo. Prueba de ello es que el dragón aparecido junto a la estatua del Ángel Caído del Parque del Retiro era visitado cada día por miles de turistas. Los abuelos le tiraban migas de pan y una conocida cadena de hamburguesas dejaba sus productos a su vera con fines publicitarios. Este dragón rodeado de hamburguesas con queso fue un hit en Instagram y acabó protagonizando la campaña de una conocida marca de sofás. El lema decía algo así: "Sofás Yecla, los sofás más kómodos". Y aparecía el dragón repantingando en un cheslong.

Uno de los dragones, asentado en el barrio de Los Ángeles, en el distrito de Villaverde, fue llevado al Santiago Bernabéu para realizar un saque de honor en un partido de Liga entre el Real Madrid y el Real Zaragoza, con victoria visitante por 1 a 2.

Como los madrileños habían gastado todas sus reservas de miedo en la larga cuarentena que habían sufrido, poco a poco se fue permitiendo a estos visitantes formar parte del ecosistema de la ciudad. Semejante hospitalidad derivó incluso en una propuesta en Change.org en la que se pedía que el oso del escudo de la ciudad fuera sustituido por un dragón de Komodo apoyado en un madroño. Como desde hacía siglos en Madrid no había osos (ni madroños) y ahora sí que había dragones de Komodo, esta iniciativa tuvo un notable apoyo popular. 

Desafortunadamente, el cambio del escudo fue vetado por culpa de una queja diplomática. El embajador de Indonesia exigió al gobierno de la nación el reconocimiento oficial de que los dragones como originarios de la isla de Komodo estaban sujetos a la soberanía de su país. 

Esto no impidió que los dragones fueran un símbolo tan castizo como el chocolate con churros. En los meses siguientes sustituyeron al Museo del Prado como el activo turístico más visitado de Madrid. El furor despertado alrededor suyo hizo crecer el PIB regional un 2%. Tanto que en los siguientes Carnavales el disfraz de dragón de Komodo fue el más popular, sólo superado por el de coronavirus. 

El último artículo de Sánchez Lobo sobre los dragones data del 29 de marzo de 2021, cuando anunció que el lagarto censado en el teatro de La Latina había desaparecido misteriosamente. Durante los días siguientes, los dragones restantes dejaron de ocupar sus esquinas sin que nadie supiera su destino. De nada valieron las patrullas que examinaron el alcantarillado de la ciudad. No había rastro de ellos. 

La tarde que desapareció el último, Sánchez Lobo presentó ante la sorpresa de sus jefes su renuncia en el periódico. Lo último que se supo de él es que había montado una tienda de encurtidos.

En la búsqueda de los dragones la tecnología no fue de demasiada utilidad a pesar de que a estos se les había instalado un chip con GPS. El dispositivo no funcionaba. Al menos de inicio. Tras un testeo en un laboratorio, se descubrió que cada uno de los localizadores emitía una frecuencia, pero que no correspondía a ninguna coordenada. Se procedió al estudio de la cadencia rítmica registrada y un investigador, que cursaba segundo de solfeo en el Conservatorio, logró identificarla. 

La emisión ultrasónica eran unos compases, que no resultaron aleatorios, sino que correspondían a un bolero. Este había sido escrito por el compositor Agustín Lara y estrenado por la cantante mexicana Ana María González en 1941. Su título: ‘Solamente una vez’.

 

Sigue leyendo el capítulo 11

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Jorge Benítez es autor de Nieve negra