marzo 24, 2020

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El Dekomerón de Cercedilla (Capítulo 11)

A Utrilla le entusiasmó el cuento de Jorge Benítez, y esa noche, en su alcoba, probó a contárselo de nuevo a sí mismo en la cama, pero cambiando los dragones de Komodo por dinosaurios: por primera vez, desde la llegada de la peste, durmió feliz y tranquilo. Emilio se preguntó cuáles serían los dinosaurios secretos del resto de los autores y se propuso preguntárselo con discreción a cada uno de ellos en los siguientes días. Intuía que Jaime Rubio, por ejemplo, se dormía resolviendo dilemas éticos mientras escuchaba a Franco Battiato, de ahí su gesto de plenitud por las mañanas. Rubio es apellido de profesor de filosofía de instituto, pero su segundo apellido, Hancock, aparte de provocar envidia, suena a detective privado de película de los 70.

 Esa noche, el cuento lo contó Hancock:

 

 

 

VENDO COCHE
JAIME RUBIO HANCOCK
De cómo no asustarse con la sangre del maletero

 

Quería aprovechar que estáis todos aquí para ofreceros una oportunidad: vendo mi coche. Es un Wols… Vols… Un Volklgaw… Volsf… Es un Seat Ibiza de color negro, con aire acondicionado, varias ruedas (incluyendo una en el maletero), elevalunas eléctrico, guantera, calcetinera, asientos mullidos, un volante y radiocassette, pero sin cassette. En cuanto al precio, estoy dispuesto a negociar porque necesito deshacerme de él por razones perfectamente legales y que no tienen nada que ver con un atraco cometido hace unos días en una sucursal del Banco de Ahorros y Pensiones. Es cierto que un coche similar con una matrícula casualmente idéntica se ha visto involucrado en ese robo, pero yo no estaba allí y además creía que estaba acercando a un vecino a la oficina. ¿Cómo iba a saber que no era mi vecino, si llevaba la cara tapada por un pasamontañas? ¿Acaso soy adivino?

Total, que la policía no os preguntará nada al respecto, porque no hay nada que preguntar. En caso de que algún agente se confunda porque todos los coches se parecen un montón, siempre podéis decir que el atracador os contó una triste historia mientras disparaba a las ruedas del coche patrulla, como en el Equipo A. Según os contó (a vosotros, no a mí; yo no sé nada), el atracador necesitaba el dinero para seguir comprando cosas. No negaréis que historias semejantes hacen que uno sienta ganas de convertirse en Robin Hood.

 Este ladrón y su conductor (que no soy yo, por lo que podéis comprar el coche sin ningún riesgo) casi escapan de la policía usando un truco por lo general infalible: ir más rápido de lo permitido por la ley, cosa que la policía, al ser la policía, no debería hacer. Pero lo hizo. Qué mal ahí, la policía, jugando sucio. Menudo mal ejemplo dieron. Había niños en la calle. Y encima con la sirena encendida, que casi me despiertan.

 Pero a lo que iba, esta es otra de las muchas ventajas de mi coche, que es muy parecido al que se usó en el atraco: puede ir más rápido de lo que se debe. En ocasiones, la DGT premia a los conductores más veloces enviándoles una foto del momento en el que baten un récord. Tengo varias en casa, ya os las enseñaré.

 Otra de las ventajas de este coche es que lleva un señor detrás. Pero fuera, no dentro. Es decir, no quita espacio. No pasa siempre, claro, pero de vez en cuando aparece y se pone a correr y a gritar: “¡Eh! ¡Deténgase! ¡Ese coche es mío!”. ¿Cómo va a ser suyo, si llevo varios años conduciéndolo? Desde que me lo encontré con las llaves puestas frente a mi casa, nada menos. Si fuera suyo, ya lo habría denunciado a la policía, en lugar de ir gritando por la calle.

 Aunque, ahora que pienso, igual no lo denunció por los cuatro kilos de heroína que había en el maletero, además de los trescientos mil euros en metálico que no he visto en mi vida, no sé de qué me habláis, yo me pagué mis dientes de oro trabajando. En todo caso, eso explicaría que tantas personas con acento calabrés hayan intentado asesinarme últimamente. Pensaba que era por cocinar la pasta carbonara con nata (uso nata montada).

 En todo caso, si un guardia os para, tenéis que decir que os llamáis Giuseppe Tornatore, que es el nombre que aparece en los papeles. Es que si dais otro, luego es un lío y hay que entrar de noche en el depósito municipal y sacarlo cuando nadie mire. Y no os asustéis por la sangre del maletero. Es casi toda mía y no tiene nada que ver con los calabreses. La guardo ahí por si, yo qué sé, un perro me muerde y necesito una transfusión rápida. O por si me entra sed.

 Por dónde iba… Ah, sí. El coche. Una oportunidad única. Un coche similar, pero no el mismo, lleva varios días huyendo de la policía. Os lo cuento para que sepáis la cantidad de cosas que podéis hacer con él. No solo va más rápido de lo permitido, sino que también se puede esconder en un parking, entre más coches, con lo que queda perfectamente camuflado. Nos metimos en uno, o sea, ellos se metieron en uno y la policía fue incapaz de encontrarlo. Lo malo fue que nosotros, quiero decir, ellos, el atracador y el conductor, también: se fueron a tomar un café y, al volver, ya no sabían dónde estaba.

 

—¿Seguro que era en este piso?

 —Seguro.

 —¿Era en la zona naranja o en la lila?

 —No me acuerdo. Mira, ahí hay un par de policías. Preguntemos. Disculpe, agente, ¿ha visto un Vols… Un Kolgswa… Un Seat Ibiza negro?

 —¡Ojalá! Justo estamos buscando uno.

 —Oiga, usted, el del pasamontañas, ¿no será el atracador del Banco de Ahorros y Pensiones?

 —Sí, el mismo.

 —Qué casualidad. Estábamos buscando el coche en el que huyó.

 —Está en esta planta, seguro.

 —¿Seguro?

 —A ver si entre los cuatro… Las plazas naranja están por ahí…

 

Al final estaba en la planta de abajo, sí ya lo decía yo. Bueno, yo no, él. Total, que tanto el conductor de ese otro coche como el atracador lo pudieron encontrar gracias a la ayuda de los dos agentes y prosiguieron así la persecución.

 Como el atracador y los policías se habían quedado sin balas iban gritando “piñau, piñau” por la avenida Diagonal. Hubo una discusión a gritos en un semáforo, cuando el atracador aseguró haber pinchado las ruedas del coche de la policía.

 

—¡No me has dado! ¿No has visto que iba haciendo eses?

 —¿Pero cómo vas a esquivar una bala, flipao? ¿Te crees que esto es Matrix?

 —Que no la he esquivado, que has fallado porque yo iba haciendo eses.

 

Al final lo echaron a cara o cruz, ganó el atracador y el coche, otro coche que no es el que vendo, pudo escapar sin problemas porque la policía no podía seguir su camino con las ruedas pinchadas.

 Total, que lo vendo muy bien de precio porque la policía está buscando un coche idéntico, y eso puede ser un engorro. Además, hay unos calabreses que cada vez que lo ven intentan asesinarme. El señor del pasamontañas quiere que el conductor del otro coche, que no soy yo, se haga su socio, pero tanto esa persona como yo creemos que es mucho mejor el transporte público porque a la larga te ahorras muchos disgustos. Aunque a veces también surgen problemas, como cuando aquel detective privado se subió al autobús 226 y le pidió al conductor que siguiera a un coche, insistiendo en que tenía pagado el abono mensual y los taxis van carísimos. Esa es otra historia, pero es muy corta, así que la contaré aquí mismo: llegué muy tarde al trabajo.

 Total, que el coche está nuevo. Ah, no lo he dicho, pero cuando llueve tiene como unas varillas que limpian el agua de las ventanas de delante y de atrás, pero no de los lados. Yo habría puesto un paraguas muy grande, pero este sistema tampoco va mal del todo.

 En fin, escucho ofertas.

 

Sigue leyendo el capítulo 12

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Jaime Rubio es autor de ¿Está bien pegar a un nazi?